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Tatuajes vs. talento: por qué la tinta ha dejado de ser tabú para las empresas (1)

Las empresas están cada vez más acostumbradas, abiertas (y obligadas) a contratar personas tatuadas en todos los sectores.

En su novela ‘Educación siberiana‘ Nicolai Lilin cuenta que en la Unión Soviética tatuarse se consideraba un delito. La ideología que pretendía igualar a todos los seres humanos no toleraba gestos identitarios. Hoy en día, en la era del exhibicionismo, los tatuajes son un elemento de reconocimiento en una sociedad que premia la reconocibilidad.

La difusión capilar de este arte ha modificado profundamente su percepción, incluso en el mundo laboral, donde se está haciendo hueco la Generación Z, formada por personas nacidas alrededor del cambio de milenio y que tenían diez años cuando apareció Instagram: pedirles que no se tatúen sería como pretender que zurzan calcetines con un telar de madera. Pero la historia viene de lejos.

‘Tau-tau‘ es el término tahitiano cuyo sonido onomatopéyico recuerda el golpeteo de la madera sobre la piel; pasando de los ‘tattow’ descritos por James Cook en sus diarios polinesios, el tatuaje ha estado entrando y saliendo del gueto reservado a presos, piratas, futbolistas y otras categorías pocos urbanas. De hecho, fueron las civilizaciones clásicas romano-griegas las que empezaron a considerarla una costumbre ‘bárbara’, seguidas al pie de la letra por la Iglesia: «Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo Jehová.” Levítico 19.28.



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